Los chinos, hacia el
500 d.C., ya utilizaban la impresión con bloques, e imprimían libros enteros
hacia el 868. En el año 1041, cuatrocientos años antes de la prensa de
Gutenberg, el alquimista Pi Sheng creó los primeros tipos móviles, realizados
con arcilla cocida encolada a una plancha de hierro. En Europa, antes de
mediados del siglo XV, pocas personas tenían acceso a la información escrita, y
la mayoría aprendían de los sermones de la iglesia, de los pregoneros y en la
calle. Los libros eran escasos, ya que los copiaban de uno en uno los monjes y
escribas. Algunos libros, en general de temas religiosos, se imprimían con
planchas de madera que había que tallar laboriosamente a mano; un método lento
y costoso. Todo esto cambió a partir de 1447, con la llegada de la imprenta.
La imprenta de Gutenberg provocó una verdadera revolución en
la cultura. El saber escrito dejó de ser patrimonio de una élite y se extendió
a amplias capas de la población. La escritura fue sustituyendo a la tradición oral
como forma privilegiada para transmitir conocimientos, a la par que las
publicaciones impresas, como libros o periódicos, se generalizaron. A
principios del siglo XX la escritura impresa ya era el medio predominante en
Occidente para la difusión del saber. Además de su enorme significado para la
religión, la política y las artes en general, fue este un avance tecnológico
que facilitó todos los demás que le siguieron.
Alrededor del año 1440, Johannes Gutenberg, un herrero
alemán, inventó la imprenta de tipos móviles (de metal) en Europa. En realidad,
Johannes Gutenberg no fue el “inventor” de la imprenta, sino el que la
perfeccionó. Para ello sustituyó la madera en la que se grababan las letras por
metal, y fabricó moldes de fundición donde realizar tipos metálicos regulares
para facilitar la composición de textos. El primer libro que se imprimió en la
imprenta Gutenberg fue el Misal de Constanza, entre 1449 y 1450. Pero el mayor
trabajo realizado por Gutenberg y que lo llevó a la ruina fue la Biblia de 42
líneas o Biblia de Mazarino, que se considera un ícono que marca el comienzo de
la era de la imprenta. En vez de usar las habituales tablillas de madera, que
se desgastaban con el uso, confeccionó moldes en madera de cada una de las
letras del alfabeto y posteriormente rellenó los moldes con hierro, creando los primeros "tipos móviles". Tuvo que
hacer varios modelos de las mismas letras para que coincidiesen todas entre sí:
en total, más de 150 "tipos", que imitaban la escritura de un
manuscrito. Había que unir una a una las letras que se sujetaban en un
ingenioso soporte, mucho más rápido que el grabado en madera y
considerablemente más resistente al uso.
Como plancha de impresión, amoldó una vieja prensa de vino a
la que sujetó el soporte con los "tipos móviles" con un hueco para
las letras capitales y los dibujos. Éstos, posteriormente, serían añadidos
mediante el viejo sistema xilográfico y terminados de decorar de forma manual.
En la decada de 1840 se dió el paso siguiente:
"Conseguir que las máquinas hicieran la mayor parte del trabajo". Fue
el tiempo de la imprenta rotativa. En 1810, las imprentas accinadas a vapor
sustituyeron la prensa plana por un cilindro de metal y, en 1847, unas
imprentas rotativas mejoradas llegaron a producir 24000 copias en tan sólo una
hora.
Tras la llegada de los ordenadores se crearon sus
complementos. Así, en 1969, se comercializó la impresora láser de oficina; la
primera fue de la marca Xerox. Utilizaban cargas electrostáticas para conducir
la tinta a unos rodillos, y de aquí al papel. Sobre el año 1990, estas
impresoras eran rápidas, precisas y compactas, llegando incluso a nuestros
hogares. En fin, la "imprenta casera" se había asentado en nuestras
casas.

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